Reflexión por María Inés Di Pietro Familiar de una persona sorda

Compartimos el mismo cielo, la misma tierra, el mismo sol y la misma luna.
Sin embargo, parece que viviéramos en dos mundos separados.
En el tuyo reina el silencio junto a tus emociones, pensamientos, y el latido de tu corazón.
En el mío, las voces y los sonidos nos invaden sin parar.
A veces, cuando una melodía suave o el canto de los pájaros serenan mi alma, puedo prestar más atención a mis emociones, mis pensamientos, y escuchar el latido de mi corazón.
Pero sólo a veces. Cuando tus manos me hablan todo tu universo aparece dibujado frente a mí como una pintura maravillosa. Tienes tanto para contarme…
Tus manos son tan ágiles como gaviotas en vuelo.
Las mías, un poco torpes, apenas dicen algunas frases.
Pero más allá de nuestras manos, están tus ojos.
Tus ojos profundos, sinceros, que reflejan la intensidad de tus sentimientos.
Tus ojos tristes, perdidos, cuando todos a tu alrededor se olvidan de ti.
Tus ojos brillantes, felices, cuando nuestras almas se tocan más allá de las palabras.
Hermano: quiero aprender de ti, de tu abrazo sincero y de tu mano amiga.
Y quizás algún día mientras estemos juntos contemplando las estrellas, descubramos que nuestros pensamientos pueden comunicarse, y que nuestros corazones conversan sin señas y sin palabras.
¡Y ese día los dos mundos por fin, se habrán encontrado!

Última modificación: jueves, 7 de junio de 2018, 07:40