EL PERRO LAZARILLO

El mundo del hombre existe exclusivamente en función de la luz y la ausencia de luz -las tinieblas- corresponde a una suspensión de la vida: no es casual que el sentido humano más desarrollado sea la vista.

El ciego está excluido de este mundo; los demás sentidos, el tacto y el oído, aunque puedan afinarse, no pueden llegar a sustituir por completo a la vista. Por esta razón la ceguera es una gran tragedia, y es terrible sobre todo cuando no es congénita, sino que sobreviene como consecuencia de traumas o enfermedades. En ese caso, un hombre, antes activo e independiente, con vida propia, se ve obligado a depender por completo de la ayuda ajena, presa de una verdadera esclavitud. En el nivel psicológico este estado de subordinación crea profundas crisis depresivas, de las que ningún ciego por accidente puede escapar, sobre todo en el primer período de su gran desventura.

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Institutos especializados se dedican a la reeducación de los ciegos orientándolos hacia actividades laborales compatibles con su disminución; pero esto, si bien elimina la subordinación económica respecto a los familiares, no restituye la autonomía total: la libertad de movimientos sigue estando restringida al breve espacio doméstico o a su entorno inmediato, cuyos obstáculos y peligros ya son conocidos por experiencia.

Hasta el día en que el perfeccionamiento de los medios técnicos y los progresos médicos y quirúrgicos puedan restituir la vista a los ciegos, el perro lazarillo no dejará de ser un auxiliar insustituible.

En cierto sentido, el perro lazarillo es la sublimación de la actividad canina. Ya se examinaron muchos empleos útiles a los que se dedican los perros, pero conducir ciegos en medio del tránsito de una gran ciudad, en distintos medios de transporte, donde el amo tenga necesidad de ir, es algo más que un trabajo, es una integración en alto grado con un ser humano, es convertirse en parte de su cuerpo y su mente. El perro libera al ciego de la esclavitud, le devuelve autonomía, lo reintegra a la vida.

La primera Guerra Mundial vio surgir escuelas para perros lazarillos. Las nuevas armas empleadas, en contraposición con esquemas tácticos anticuados, provocaron millones de muertos y heridos y, entre estos últimos, muchísimos fueron los que quedaron ciegos. La terrible realidad de los ciegos de guerra impulsó a considerar al perro, cuyos distintos empleos ya habían sido estudiados con fines bélicos, como guía del ciego. Este empleo, desde luego, existía y era de antiguo conocido: cualquier perro atado a una correa puede conducir al amo a un sitio cualquiera. Pero faltaba por completo el adiestramiento específico. El animal no adiestrado evitará él mismo pero no hará evitar al amo los obstáculos que encuentra en el camino, y su empleo por lo tanto será limitado. Los centros de adiestramiento, en cambio, se proponen perfeccionar esta ayuda en máximo grado, hasta hacer el perro el verdadero ojo de la persona guiada.

Probablemente el primer centro de adiestramiento efectivo fue el que creó en Alemania, en 1925, Kraemer, pero casi al mismo tiempo, en Francia, en la perrera de Plessis-Trévise, se realizaban experimentos a cargo de Malric y Mégnin, oficiales del ejército francés.

El fin del conflicto vio surgir escuelas en Inglaterra, a cargo del famoso adiestrador de perros de guerra, el mayor Richardson; en Suiza, en Vevey, en la propiedad de Dorothy Harrison Eustis, donde también se creó una escuela para instructores, y en el resto de Europa.

De esos primeros ensayos se llegó con rapidez al desarrollo actual; los servicios ya documentados del perro favorecieron la aparición de más de ochenta escuelas en Alemania; tres en Francia (en Metz, en Bayona-Biarritz, en Sospel); dos en Italia (en Scandicci y en Milán); además, en Inglaterra (en Leamington); en Bélgica (en Ghlin-lés-Mons); además de numerosos y muy eficientes centros en los Estados Unidos de Norte América.

Todos estos establecimientos subsisten gracias a la financiación de instituciones benéficas y recursos privados; con los escasos medios a su disposición, pueden satisfacer sólo una parte muy pequeña de los numerosos pedidos. Por lo general, sin embargo, el perro permanece como propiedad de la escuela, que lo confía al ciego y a quien puede quitárselo en caso de malos tratos. El ciego también debe comunicarse regularmente con la escuela para informar sobre la salud del animal.

En los Estados Unidos, en cambio, una sociedad especializada, la Seeing Eye (Ojo que ve) Inc., fundada en 1929, aunque subvencionada por organizaciones públicas y privadas, entrega perros a cambio de un pago, que puede ser en cuotas prolongadas, para estimular el amor propio del ciego, de modo que no se sienta deudor de nadie. En la suma pagada está incluido el perro, su equipamiento, y el período de permanencia en el centro, durante el cual el ciego se familiariza con el perro.

Aunque gran parte de los perros de razas de ovejeros y de defensa pueden utilizarse como lazarillos, se prefieren los ovejeros alemanes y los belgas, por sus cualidades de inteligencia, fidelidad y docilidad. Es sumamente importante el carácter del animal, que debe tener un equilibrio perfecto: no será nervioso, asustadizo ni agresivo, sino calmo, obediente, sumamente disciplinado.

El sexo femenino es un requisito fundamental. El perro macho se ha demostrado poco apropiado, porque se distrae fácilmente y puede volverse peligroso para el ciego si llega a cruzarse con una hembra en celo. La hembra no tiene estos problemas y, además, es más dócil, tranquila y obediente.

Los perros, ya provengan de los criaderos que poseen muchas escuelas, ya sean comprados o recibidos en donación, son adiestrados entre los catorce y los dieciséis meses de edad.

El adiestramiento completo se hace en unos cuatro meses. Durante el primer mes el animal está en contacto sólo con el instructor, y los primeros días se emplean en conocerse mutuamente. Luego se pasa a la enseñanza de ejercicios fáciles, llamados "de obediencia", que consisten en hacer asumir al animal posiciones determinadas, entregar objetos, adecuar su paso al del hombre, caminar un poco más adelante y siempre a la izquierda de la persona conducida, en habituarse a llevar el aparejo habitual.

Después de la primera semana se entra en la fase más delicada del adiestramiento: los obstáculos que deben ser evitados. Al principio los obstáculos son muy sencillos, están constituidos por caballetes y postes; luego se pasa a verdaderos laberintos, compuestos por automóviles, bicicletas, bastones, etc. Cuando el animal ha alcanzado cierta desenvoltura para sortear esos obstáculos, empieza a salir con el instructor, primero por el campo, luego, gradualmente, en el tránsito urbano.

Al terminar el mes de adiestramiento con los instructores, los perros son confiados a los "alumnos" (así se llama a los ciegos que tendrán a cargo a los perros), que permanecen tres meses en la escuela. La relación perro-hombre se establece sobre una base de simpatía recíproca, y en esos meses el perro nunca se alejará del ciego, ni siquiera de noche. Todas las etapas del adiestramiento son repetidas nuevamente para que el ciego aprenda a moverse conducido por el animal. Aquí resulta muy importante el papel del instructor, quien, además del perro, debe enseñar al ciego, y no es casual que los instructores de la Seeing Eye Inc. deban seguir un curso de cuatro años de duración.

Terminado el adiestramiento, la pareja ciego-perro ingresa en las actividades cotidianas donde operará durante años en mutuo cuerdo: altísimo ejemplo de colaboración que logra superar una grave desdicha.


Última modificación: jueves, 7 de junio de 2018, 07:40