En primer lugar, tengamos claro que es natural e incluso saludable enfadarse, sentirse triste o experimentar esa serie de emociones que llamamos “negativas“. Cumplen su función, lo mismo que las emociones agradables.

Lo perjudicial es dejarse llevar por ellas, después de haberse desahogado, entrando en una espiral en la que nos sentimos cada vez peor. Cuando estas emociones negativas ganan terreno y ocupan más tiempo de la cuenta, impiden que vivamos momentos agradables.


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Las emociones negativas, por lo tanto, son necesarias para dejar salir lo que nos daña y evitar que se quede dentro, convirtiéndose entonces en algo más intenso.

Manejar correctamente estas emociones incluye la habilidad de canalizarlas convenientemente, sin recurrir a conductas tan perjudiciales como la agresividad consigo mismo o con otros. Aquí tenemos algunas estrategias para afrontar estos momentos:

  • No retroalimentar la emoción negativa, dándole vueltas una y otra vez, para mantener “viva” esa sensación desagradable.
  • Verlas como algo natural y aceptar estas emociones, intentando después buscar una alternativa para sentirse mejor.
  • Relajarse. Recurrir a actividades para desconectar de esa situación (hablar con alguien, pasear, jugar, etc.).
  • Aprovechar la ocasión para conocerse a uno mismo y comprobar sus reacciones (ira, frustración, pérdida…). Uno va aprendiendo a gestionar sus emociones para afrontar de mejor manera situaciones desagradables futuras.
  • El ejercicio físico. Las actividades aeróbicas son idóneas para aplacar y eliminar esas sensaciones desagradables.
  • Hacer borrón y cuenta nueva.

Controlar y canalizar adecuadamente las emociones negativas es algo que vamos aprendiendo con el tiempo, gracias a cada una de las experiencias que vivimos. Es un proceso del que debemos extraer lo mejor, por nuestro bien.


Última modificación: jueves, 7 de junio de 2018, 07:39