[poesía mapuche] Roxana Miranda Rupailaf

[poesía mapuche] Roxana Miranda Rupailaf

Inquietante intensidad. Sumergirse en el peligro, la seducción de lo que arde. “Escribo sin aliento”, “Escribo masacrándome”. Una mujer inmersa en el fuego, o en algo más profundo: en lo rojo —bocas, azúcar quemada, heridas abiertas de las que surgen mariposas. “Me caigo en los abismos”, dicho casi con deleite. El párrafo anterior evidencia mi torpeza para reflejar lo que despierta la poesía de Roxana, pero más abajo están sus poemas para remediarlo. Pertenecen a un libro titulado “La seducción de los venenos”: ¿no produce una dulce inquietud la invitación implícita en esas palabras? Hay que probar para comprobar.

Roxana Miranda Rupailaf nació en Osorno, Chile, en 1982. Su poesía explora temas relativos a una cierta ontología de lo femenino asociada a la sexualidad, el cuerpo, en un diálogo polémico con las imágenes y alegorías heredadas de los grandes relatos judeo-cristianos. Su conciencia de género, además, está informada por una conciencia de etnicidad, dada su condición de poeta mapuche-huilliche. Ha publicado:"Las tentaciones de Eva". Puerto Montt: Colección Premios Luis Oyarzún, 2003."Nací envuelta en la leche de mi madre y otros poemas", en "20 poetas mapuche contemporáneos" / "Epu mari ülkantufe ta fachantü". Ed. Jaime Huenún. Santiago: Lom, 2003


Evas Hágase la tierra. Le pondremos viento en el ombligo y mar entre las piernas. Hágase la luz y las estrellas. En sueños celestes trasnocharé para no ser vista. Háganse los peces, los animales, las aves. Multiplíquense y habiten el reino de mis caderas. Háganse las flores y los frutos para simular la fiesta. Hágase el hombre del barro de mi garganta que de la saliva salga a cantar. Hágase la mujer a mi imagen con la divina dulzura del lenguaje. Ritual de la ausencia y sus sombras I Quemaré el laurel en los rincones de la casa en que nos consumimos. Ahora sé que no volverá el movimiento a los olores. Recogeré los pelos de la alfombra. No volveré a dormir sobre las sábanas en que nos hicimos aguas y salivas blancas de lamernos. Quemaré el laurel en esta casa. Con azúcar andaré quemando las pieles y la carne. Quemaré el laurel en los latidos II Mi bello tantas veces traspasado en las hachas. Abrasado hasta el olvido por los cuerpos del fuego. Sólo me queda añorarte en la cabeza roja de los fósforos. Soñarme las salivas inflamadas por una parafina de retornos. Yo, que sola me duermo en esta estufa donde todos los cuerpos yacen blancos.


V ¿Será que me doy vuelta la cara para mirar la sombra que me volvió niebla lo oscuro? Me tiemblo de mirarte ausente y de sentirte en las bocas que no eres. Deseo el olvido como a la carne en la mandíbula de tigresa. Mi despedazado, sangre chorreante, tibios miembros que muerdo trozos que arranco y devoro sin saciarme. VII Déjame en este sur en que me encontraste anudando mis cabellos a la niebla. Déjame en este instante en que me vuelvo agua y me voy por ríos negros y me crezco en los pantanos y me doy a los animales que nunca sabrán de qué soy. En boca ancha y pegajosa déjame serme barro y llenarme de moscas. VIII Me caigo a los abismos. Me abro las heridas y unto dedos para ver si por milagro emergen mariposas. IX Reventada en calles zigzagueantes se explota los ojos con el líquido. Respira lo verde hasta gritar. Abraza cualquier música en cualquier hombre. Todo le produce mariposas hasta que estas se desangran en estómago y se vuelven de un solo color en un encierro doloroso de vuelos sin salida.

Última modificación: domingo, 15 de agosto de 2010, 19:23