HISTORIA DEL GATO EN LA EDAD MEDIA

Algunas miniaturas en códices medievales que ilustran la feliz convivencia hombre-gato en algunos hogares y la firme intención del minino de ocupar un lugar preferente junto a la lumbre.

 

Conviene saber que si bien había sido afortunado el advenimiento del gato a las casas de los hombres y su relación con éstos en tiempos antiguos, no fue tan venturoso su devenir a lo largo de la Edad Media.

Los tiempos de adversidad empezaron tan pronto los celtas hicieron de él un símbolo de las potencias negativas de la naturaleza.Una antigua leyenda artúrica narrada en la Historia de Merlín de la Vulgata, cuenta el combate del rey Arturo con el gato Chapalú, un miembro monstruoso y diabólico de la familia gatuna que mantenía aterrorizados y en continuo peligro de muerte a todos los habitantes de la isla galesa de Anglesey. A él se enfrentó y venció el mítico rey, liberando a aquellas gentes de su ferocidad.

La misma leyenda se cuenta en el continente, pero esta vez el gato diabólico se llama Chat Palug y la historia sucedió en las cercanías del lago Bourget, en los Alpes franceses, recibiendo el lugar del suceso los nombres de ‘Col du Chat’, ‘Dent du Chat’ y ‘Mont du Chat’.

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La crueldad del Chat Palug marcó definitivamente el destino de sus colegas y descendientes, que quedaron deudores de sus desmanes. Los celtas, galeses y muchos de sus contemporáneos no sintieron mucha estima por los pequeños felinos y prefirieron mantenerlos alejados de los hogares e incluso los sacrificaron con frecuencia. Aquella hostilidad fue dejando poso y trazó un camino arduo para las generaciones posteriores de gatos.

Sin embargo, en los primeros siglos de la Edad Media –siempre ha sido así en realidad- convivieron ambas tendencias. Al mismo tiempo que se consolidaba el conflicto heredado de los celtas y una facción de humanos odiaba directamente a los gatos, pervivía en otros ambientes la idea de que el precioso animalito era entrañable, amoroso, portador de buena suerte, beneficioso en los hogares, implacable cazador de ratas y alimañas e imprescindible para mantener la integridad de las despensas y graneros.


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Mientras tanto, los manuscritos medievales, con o sin amor felino, llenaron de animales y extrañas criaturas sus márgenes. Por más que a los de la cuadrilla ama-gatos nos fascinen estas criaturas, y por más que quisiéramos verlos siempre admirados y protagonizando grandes gestas, tenemos que reconocer con pesar que no hay para ellos un lugar preferente en el imaginario artístico de aquella época tan revuelta.

No es, sin embargo, del todo raro encontrarlos salpicando los márgenes de las obras de arte. Hemos investigado por ahí y encontrado algunos que así, a bote pronto, pueden parecer pocos, más sépase que son muchos y no ha sido fácil dar con ellos, pues es escueta la atención que estos pequeños y habilidosos cazadores domésticos recibieron en aquellos años por parte de artistas, escritores e historiadores.

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Particularmente desventurada fue la relación del gato con el cristianismo desde mediada la Edad Media. Mucho se ha escrito y pensado (1) acerca de las razones íntimas y personales por las que el independiente, benéfico y necesario gato pasó a convertirse en un emisario del Diablo. Quizás fue la cualidad cambiante de sus ojos, que le confería una naturaleza lunática; o esa mirada que parecía ver más allá de los cuerpos opacos; quizás su dominio de la oscuridad, tal vez su actitud independiente y el sigilo de sus pasos o su aire de misteriosa sensualidad. Lo cierto es que en una época en la que la iglesia temía más que a nada al paganismo y la herejía, el gato encarnaba todas las características del maligno. No en vano había sido deificado en Egipto, venerado por los infieles, favorecido por los hijos de Mahoma, símbolo de lascivia, compañero de brujas y álter ego de Satanás en los aquelarres demoníacos.

 

La bruja, de Hans Thoma. Grabado de 1870

En aquellos años de fervor religioso, el más denostado y peor parado de entre todos los gatos fue el bellísimo gato negro. Dejaremos aquí constancia de que todos los gatos sin excepción sufrieron lo indecible en aquellos años oscuros, y más cuando la terrible peste negra asoló Europa en el siglo XIV y la superstición popular, espoleada por la exaltación religiosa, descargó su ira contra aquellos que más turbadores y lóbregos les parecían. Pagaron prenda, como siempre, los judíos y las brujas y con ellos sus símbolos y animales totémicos. El gato sufrió la misma negra suerte que su bruja amiga y fue cruelmente perseguido y aniquilado. La histeria religioso-popular llegó en aquellas épocas (que, por desgracia, ¡duraron casi 400 años!) a manifestaciones tan absurdas que hoy resultan completamente inverosímiles.

 

Bocetos. El primero pertenece a un cuaderno inglés datado en torno a 1400, de autor desconocido. El segundo es un detalle del estudio de gatos y otros animales realizado por Leonardo Da Vinci en 1513.

A pesar de toda la saña con que fueron hostigados, todavía pervivieron algunas islas de paz gatuna, especialmente en las zonas rurales, en los conventos y en los palacios. En efecto, no había monasterio sin gato ni habitación de niño de alcurnia que no contara con la presencia de algún virtuoso y benéfico ejemplar de cazarratones. Y esto, a su debido tiempo, fue una gran suerte, pues cuando las grandes epidemias de peste negra trasmitidas por las ratas asolaron Europa, solamente aquellos lugares en los que los gatos habían sido respetados y cuidados se mantuvieron relativamente a salvo de la fatídica enfermedad. Aunque entre tanto pasaron muchos años de penuria y solamente siglos más tarde se concedió al gato el merecido reconocimiento.

 

Bocetos. Detalle del cuaderno de viajes del arquitecto francés del siglo XIII Villard de Honnecourt.

(1) Falso, sabemos que este asunto no ha sido tema de enjundiosas meditaciones. Pero, por satisfacer el ego de las gatas que nos patrocinan y a cuya exaltación está dedicado este trabajo, nos da igual mentir un poco.

 

Última modificación: jueves, 7 de junio de 2018, 07:39