La Iglesia Reinterpreta una Tradición ya Dada y en Proceso

La Iglesia solamente puede transmitir de manera viva la palabra de Dios si, en cada momento de la historia, la interpreta en la fe, en la aceptación humilde, para sí y para los demás. De esta manera la Tradición de la Iglesia, pensada y predicada, es, al mismo tiempo, una realidad ya dada y siempre en proceso. En cuanto se vive una comunicación de Dios a un pueblo escogido y su plena expresión en Jesucristo, la revelación ya está dada por completo. Pero en cuanto es vivida por la Iglesia a lo largo de una historia, que camina en dirección a una plenitud final marcada por la presencia del Espíritu, siempre está en construcción. Una Tradición solamente se mantiene viva cuando nuevas personas se apropian de ella (algo dado) bajo la presencia iluminadora del Espíritu (siempre en construcción). Pero además, iluminada por esa revelación, la Iglesia sabe que su Dios está actuando de manera reveladora y salvífica más allá de sus fronteras, en todos los tiempos y en toda la humanidad.

Israel siempre interpretó en y para cada generación de manera viva la historia reveladora y salvadora de Dios. También Jesús dio una nueva lectura a la tradición judaica, con su máxima autoridad de Hijo, de acuerdo a la nueva situación que vivía. La Iglesia sigue haciendo lo mismo hasta el día de hoy. Vive dentro de la revelación viva y transmitida, en ese torrente maravilloso de la Tradición. Ahí dentro va desarrollando los temas que exige cada etapa de la historia. En los primeros siglos, se ocupó de la doble cuestión fundamental:
¿cómo articular la unidad monoteísta de Dios con la pretensión divina de Jesús? ¿Cómo entender esa misma unidad con la promesa de un Espíritu divino? En pocas palabras, el dogma de la Trinidad fue objeto de los debates durante siglos. Otra cuestión candente fue el misterio de Jesús. ¿Cómo podía ser Hijo de Dios aquel hombre de Nazaret?

La cristología y la Trinidad estaban íntimamente ligadas. En el fondo, estaba el problema de Jesús que obligaba a los que creían en él y heredaban la gran tradición judía a repensar el misterio de Dios hasta llegar a entenderlo como Trinidad y a Jesús como el Verbo hecho hombre.

El evangelio de Jesús penetra en el mundo pagano romano exigiéndole una conversión profunda. El conflicto entre esa propuesta de salvación y la realidad de pecado en que vivían los paganos lleva también a la teología a plantear el problema de la gracia. En el mundo oriental se trabajó la vida de la gracia más en la línea de la inhabitación del Espíritu Santo. En el mundo occidental, con la simpar figura de san Agustín, la problemática de la gracia se desarrolló en la línea de su oposición al pecado y en tensión con la libertad humana.

En el fondo, en todas estas discusiones, se trataba de repensar e interpretar la revelación ante las nuevas situaciones. Se vivía al interior de esa revelación. Sin embargo, no se cuestionaba la revelación como hecho, ni ello planteaba problema alguno. En ese sentido, la teología no se preocupaba por el hecho, sentido y dificultades que podría plantear una manifestación de Dios en la historia. Esa realidad se daba por evidente. Era el humus donde alimentaba la fe, el oxígeno que respiraba. En términos técnicos, se elaboraban los tratados de la Trinidad, de la Cristología, de la Gracia, pero no el de la Revelación. Es cierto que los padres apologistas de los primeros siglos tuvieron un primer momento de justificación de la fe cristiana. Pero la conversión del Imperio Romano en su totalidad y de las hordas bárbaras dentro del cristianismo, creó un clima de homogeneidad de la fe y aceptación tranquila de la revelación.
Última modificación: jueves, 7 de junio de 2018, 07:39