La paternidad y maternidad se desarrolla a través de múltiples dimensiones a lo largo de la vida. Se es papá y mamá cuando se cuida y quiere a los hijos, cuando nos preocupamos de su salud y alimentación, cuando nos reímos y lo pasamos bien juntos, cuando compartimos las penas y también cuando se les enseña lo que pueden o no hacer. Entre todas estas dimensiones, una de las tareas que por lo general se hace más difícil a los padres es la disciplina, es decir, establecer normas y límites claros, y definir consecuencias o sanciones justas y educativas si esos límites son trasgredidos. Algunos padres piensan que poner límites a sus hijos es lo mismo que reprimir la libre expresión de los niños como seres humanos, por lo tanto noponen ningún tipo de límite. En el otro extremo, hay padres que establecen límites rígidos y los hacen cumplir en forma severa y autoritaria. Estas distintas formas de ejercer la disciplina tiene parte de su explicación en la propia experiencia de los adultos con sus padres. Cuando la evaluación es negativa, lo que se intenta es las cosas diferentes con los propios hijos, mientras que si la evaluación de los padres es positiva, se tiende a imitar ese modelo. Sin embargo, esto provoca que algunos se vayan de un extremo a otro en materia de límites: si sus padres fueron muy estrictos, por ejemplo, entonces a sus propios hijos casi no les ponen normas, y cuando las ponen tienden a ser demasiado flexibles en su cumplimiento. Como ningún extremo es bueno, ni existe un libro de recetas o fórmulas establecidas para ejercer espléndidamente el bello oficio de educar, lo recomendable es mantener una actitud reflexiva, conversar estos temas y evaluar en el camino cómo lo está haciendo cada uno y qué aspectos cree que puede mejorar. Para trabajar este tema hay algunas distinciones que pueden ser útiles para motivar a la reflexión constructiva de padres y madres que se preguntan constantemente cómo dar lo mejor a sus hijos.
¿Es importante poner límites a los niños?
Sin duda esta es la primera pregunta que se debe responder para iniciar una conversación en el tema relativo al cómo educar, y su respuesta es un rotundo sí. Sabemos que todo niño necesita sentirse seguro en el mundo, necesita, por decirlo así, una espacio conocido a través del cual moverse, una certeza mínima de seguridad y orden. Cuando nacen, los niños requieren que los padres los muden y los acuesten, les den de comer cuando tienen hambre, etc. A medida que van creciendo, los niños necesitan que los padres le enseñen que el fuego es peligroso porque quema, o que los enchufes de electricidad no pueden tocarse porque electrocutan. Estas sutiles y comunes instrucciones permiten que los niños, que no saben lo que hace daño, comiencen a dibujarse lentamente un mapa que los guía en el mundo, mapa que se va agrandando y haciendo cada vez más complejo a medida que van creciendo. Con el tiempo, los niños van internalizando este mapa, lo que significa que poco a poco aprenden a ponerse límites a sí mismos y no necesitan de una adulto que repita siempre la misma instrucción. A esto se llama el autocontrol o autodisciplina, la que se construye en este proceso entre el adulto que enseña y el niño que recibe y aplica este aprendizaje. Cuando un niño no recibe en forma cariñosa la información de los adultos cercanos sobre lo que no debe hacer, tendrá más dificultad para ciertas normas y formar su autocontrol. En este sentido, más que reflexionar si es o no necesario poner límites a los niños, lo que debiera ponerse en cuestión escómo se hace. El sistema de normas que se establece de manera sistemática a los hijos es lo que entendemos por disciplina. La disciplina en una familia es algo de lo que los padres son responsables, de ellos se espera que establezcan las normas, límites y las hagan cumplir. No es una tarea de los niños. La disciplina es diferente en cada familia: algunos padres aplican normas y sanciones de modo más bien autoritario y otros prácticamente no ponen límites. Entre ambos extremos existe una gama amplia de criterios y conductas sobre los cuales vamos a reflexionar en este módulo. Durante la primera etapa de la vida de un niño, los padres definen sus horarios de comida, de sueño, de recreación, entre otros. Van formando así ciertos hábitos, que podríamos decir son normas o límites que los padres ejercen sin explicar al niño por qué lo hacen. A medida que el niño crece las normas que se establecen sin una explicación no tienen sentido para quien las recibe, y se va haciendo más necesario explicar su motivo. Explicar el motivo de la norma no significa negociar con el niño si la norma es justa o injusta, buena o mala, eso es tema para más adelante. En la etapa preescolar y escolar, basta una simple explicación para que el niño sepa por qué debe dormirse temprano, comer a cierta hora, no tocar los enchufes, etc.Un niño de cinco años, por ejemplo, no puede elegir a qué hora se acuesta o si va o no al colegio; son los adultos quienes tienen que tomar esas decisiones por ellos. Para un niño las normas y los límites tienen la función de armarle su entorno. Pensemos en un deportista que es puesto en una cancha. Si la cancha está rayada de cierta manera, sabe que el partido es de fútbol, si está rayada de otra manera, sabe que es tenis. Según ese rayado de cancha es como el jugador se va a comportar: si es fútbol, sabrá que se juega con los pies, que no puede tocar la pelota con la mano, etc. Así como para un jugador en una cancha es importante saber si debe jugar tenis, fútbol o básquetbol, un niño necesita el rayado de cancha de sus padres para saber moverse dentro de ella. Un niño sin estas reglas estará tan desorientado y angustiado como un jugador en una cancha sin rayas. Para el niño adaptarse a reglas conocidas y comprendidas es un medio de ayuda para sentirse contenido, y caminar a paso seguro. Sin embargo, a medida que los hijos crecen, comprender el por qué de las reglas va siendo cada vez más importante. Esto le ayuda al niño a internalizar esa norma y a obedecerla con mayor grado de conciencia, incluso cuando el adulto no está presente, porque entiende que es bueno para él o para otros. Poco a poco niños y niñas pueden hacerse responsables de sí mismos y de sus acciones a través de este proceso.
¿Cómo definir límites a los hijos?
Revisamos ya la importancia de las normas y los límites en el proceso educativo de los hijos. El desafío es ahora saber cómo y cuándo expresamos las normas, y cuáles son las normas que queremos aplicar. Una de las certezas que se tiene en la educación de los hijos, es justamente la de saber que las normas deben ser comunicadas de una manera muy clara y precisa. Deben ser normas consistentes y consensuadas entre los padres. Asimismo, los niños necesitan saber que si hacen X sus padres van a responder con Y en forma sistemática. Por ejemplo, si un niño recibe lo que quiere cada vez que hace pataleta, aprenderá a conseguir su objetivo repitiendo las pataletas. Se sabe también que las reglas expresadas de manera confusa, las normas contradictorias, aquellas que no son del todo comprendidas por los niños, se prestan para dobles interpretaciones y pueden provocar trastornos afectivos posteriores. Normas confusas generan niños confusos e inseguros. Una regla confusa es aquella en que al niño no le queda claro qué es lo que tiene o no tiene que hacer. Por ejemplo: si se le dice que puede ver tele después de comer pero un ratito y a veces sí y a veces no, finalmente el niño no sabe qué es un ratito, o por qué a veces sí y a veces no, se confunde e inseguriza, no sabiendo cómo debe actuar. También es importante tener en cuenta que no es bueno que existan muchas reglas o normas en la casa. El exceso de reglas genera niños pasivos o muy inseguros. Es mejor tener una cantidad moderada de normas que sean claras y se hagan cumplir siempre. Cuando la norma es clara, el niño tiene una referencia estable de cómo moverse en el mundo. Gracias a la norma el niño puede ordenar su conducta y saber a qué atenerse. Por eso, es sumamente necesario hacer explícitos los límites con los niños desde que son pequeños. Suele ocurrir que muchos padres no han instaurado un sistema de normas cuando los hijos son chicos, y al llegar la adolescencia se sienten sobrepasados y no saben cómo manejar o regular las conductas de sus hijos. Frente a éstos, intentan improvisar la existencia de normas o reglas sin lograr resultados efectivos.